En el contexto en el que nos encontramos hoy día, donde padecemos una epidemia mundial de obesidad que afecta a todas las personas de todas las edades, es importante que comprendamos cómo son los mecanismos que controlan el apetito, de manera particular aquellos que permiten el ajuste del balance energético.
Existen numerosas señales ambientales y fisiológicas que estimulan el hecho de comer, así mismo, la saciedad es principalmente un mecanismo psicobiológico muy importante cuya función es inhibir la ingestión tras que esta se produzca con un alimento o una bebida. Esta intensidad y duración de la saciedad, están determinadas por varios factores; por ejemplo el contenido de nutrientes, un alimento masticable, etc.
Para nosotras, comer es una actividad modelada socialmente. Bajo condiciones etiológicas, los patrones alimentarios vienen determinados por la disponibilidad de fuentes de alimentos, que, al menos, debieran ser intermitentes. En las áreas desarrolladas del mundo, el suministro de alimentos hace mucho que dejó de ser incierto y ahora cualquier alimento está fácilmente disponible en cualquier momento, incluso a altas horas de la noche, al volver de fiesta.
Fisiológicamente, el comienzo de una comida está motivado por los estímulos combinados de factores fisiológicos, que sería el hambre, señales sensoriales, como serían las olfativas, gustativas, visuales y somestésicas; y muchos otros relacionados con el ambiente en el que nos desarrollemos, la hora del día, la compañía, las creencias, los mitos, los retos, las dietas milagro… A medida que ingerimos comida, se desarrollan señales inhibitorias (cognitivas, sensoriales, gástricas, neurales, hormonales) que hacen que dejemos de comer, Lo que viene a ser, la saciedad.
El sabor, el olor y la textura de los alimentos estimulan la ingesta mientras que las señales del tracto gastrointestinal, como la masticación, la distensión gástrica, la liberación de hormonas y péptidos, entre otros y el aumento de la glucemia disminuyen las “ganas” de comer. En este aspecto, la palatabilidad de los alimentos antagoniza la saciedad, ya que comidas altamente apetecibles pueden ser hasta un 44% mayores que las comidas “neutrales”.
Por otro lado también existen influencias cognitivas (creencias, distracciones a la hora de comer, expectativas de los alimentos) que también contribuyen a la saciedad, incluso los mecanismos que nada tienen que ver con los alimentos. El trabajo mental antes de la comida aumenta la inestabilidad del cortisol y la glucemia, lo cual puede alterar la saciedad. Dormir poco también se relaciona con un mayor consumo de energía antes de la aparición de la saciedad.
El tiempo que comemos, la caída de la grelina gástrica y las señales ambientales, factores cognitivos, sensoriales, el aumento de la glucemia y su posterior caída, las respuestas gástricas y hormonales, entre otras, serán las principales moduladoras de la comida que ingerimos, cuanti y cualitativamente.
Los nutrientes ejercen un papel importante, por ejemplo, la fibra y las proteínas ejercen un efecto saciante, en cambio las bebidas calóricas suelen inducir una menor inhibición a su ingesta, lo que puede conducir a un consumo excesivo.
La presencia de aminoácidos en el tracto gastrointestinal induce la liberación de la hormona saciante CCK, que se libera antes del final de la comida y, por lo tanto, podría contribuir a la saciedad. Por otro lado, tras la ingesta de una comida rica en hidratos de carbono, la caída de la grelina es más profunda que tras la ingesta de una comida alta en grasas.
Lo cual puede hacernos pensar que en cuanto a macronutrientes los niveles de saciedad se potencian con proteínas>hidratos>grasas.
Por otro lado, la fibra promueve la saciedad con un reducido consumo de energía, por ejemplo, el glucomanano parece tener el mayor potencial para afectar el consumo de energía por su capacidad de unión al agua, y promover la saciedad. La cafeína puede producir una disminución sustancial en la ingesta de energía cuando se administra como una precarga en una bebida de café antes del desayuno. La capsaicina es otro componente alimenticio no nutritivo que se ha demostrado que reduce las sensaciones de apetito tras la ingesta y el posterior consumo de energía.
Más allá de los efectos digestivos directos, los nutrientes pueden influir indirectamente sobre la saciedad a través de la acción sobre la microbiota intestinal. Por ejemplo, los alimentos prebióticos, una clase de CHO no digerible que puede aumentar las bifidobacterias, reducen la ingesta de alimentos. Las cenas ricas en fibras dietéticas que contienen hidratos complejos como el grano de cebada integral, reducen el apetito al día siguiente ( https://goo.gl/8mErfK) además con un aumento del péptido de saciedad y una disminución de ácidos grasos libres en suero, en ayunas.
Desgraciadamente, se han desarrollado muchos alimentos (¿productos?) funcionales con el objetivo de maximizar los efectos de saciedad del producto, que nos lleva a una terrible confusión de los consumidores. Esas galletas “ahora con más fibra”, las Sacialis, la leche con fibra, etc. , desviando como siempre la atención.
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